«Encuentro Etéreo»

Allí, donde los ojos deciden no ver, es el alma la que se convierte en guía, en faro que ilumina el espacio invisible entre dos seres que se buscan más allá del tiempo. En un rincón de París, bajo el cobijo de un balcón que ha sido testigo de mil historias, dos figuras se encuentran en un abrazo que trasciende lo físico. No es el cuerpo el que se acerca, sino la esencia misma de quienes, en un instante fugaz, comprenden que se han conocido desde siempre.

Él la toma por la cintura con la certeza de quien sabe que pertenece a ese lugar, que su alma ha estado esperando este encuentro desde vidas pasadas. Ella, en un gesto tan natural como respirar, rodea su cuello, como si al hacerlo pudiera anclar el momento en la eternidad. No necesitan besarse; la proximidad de sus cuerpos es suficiente para comunicar lo que no se atreve a ser dicho.

Es en la oscuridad de los ojos cerrados donde el universo entero se despliega, y el amor que siempre ha existido, pero que nunca ha sido tocado, encuentra su expresión. El deseo de encontrarse, de pertenecer, de ser parte del otro, se convierte en una realidad tangible en este acto de complicidad silenciosa.

Y entonces, la revelación: esta escena no es real. No es una imagen captada por los sentidos, sino un reflejo del deseo más profundo, una certeza que trasciende la lógica y la realidad material. Es un encuentro que vive en el espacio entre lo tangible y lo intangible, en el corazón de quien sabe, con absoluta certeza, que este amor existe y ha existido desde siempre. No es un sueño, ni una esperanza; es la manifestación pura de un deseo que se materializa en la mente y el alma, aguardando el momento de ser plenamente vivido.