Concepto de la Obra
En el lienzo en blanco, el carboncillo se convirtió en la extensión de mis pensamientos, un puente entre lo visible y lo intangible. Era un momento en el que la crisis argentina golpeaba con fuerza, un tiempo en el que cada familia sentía el peso de una cuesta cada día más empinada. En mi mente resonaban las inquietudes no solo del presente, sino de un futuro que se veía incierto, casi inalcanzable para las generaciones venideras. La responsabilidad del adulto, consciente del devenir, me inundaba con la oscuridad de un porvenir que parecía cerrarse en sí mismo, sin espacio para la expansión.
Sumergida en esa marea de incertidumbre, mis emociones más profundas afloraron con cada trazo. Empecé a dibujar lo que sentía en lo más hondo: la tristeza, la desesperanza, la lucha interna que se materializaba en formas y sombras. La obra tomó vida propia, reflejando esa vertiente de emociones que, en su expresión, no hacían más que expandir el pesar que las había originado. Cada línea trazada parecía prolongar un eco de tristeza, una expansión inevitable de la incertidumbre que sentía.
Con el paso de los días, la obra comenzó a revelarme una verdad que el arte lleva intrínseco: la expansión de una emoción es inevitable, pero la naturaleza de esa expansión puede ser transformada. Así como el dolor puede crecer y llenar el espacio, también puede hacerlo la esperanza, si se le da la oportunidad. Comprendí entonces que tenía en mis manos no solo la capacidad de expresar, sino también la de transmutar, de pivotar entre una emoción y otra, de reescribir la narrativa de la obra y, en cierto sentido, la mía propia.
Proceso
Un día, armada de esa nueva comprensión, me enfrenté nuevamente al lienzo. Con un gesto decidido, retiré la lágrima que rodaba por el ojo, suavicé el rostro enojado que había plasmado con tanta fuerza. En lugar de lucha, evoqué la serenidad, simbolizando la paz con la imagen de una playa dorada en el fondo, un refugio tranquilo que contrastaba con la tormenta interior que antes había dominado la obra.
Cada trazo nuevo no solo cambió la historia que contaba la obra, sino también la forma en que yo misma la veía. Aprendí que el arte tiene el poder de expandir cualquier emoción que se le ofrezca, y que al elegir la esperanza, estaba dando un testimonio de luz en medio de la sombra. «Eco de Emociones Transformadas» se convirtió así en un reflejo de una realidad distinta, una que no solo es posible, sino alcanzable. Una realidad que invita a una redefinición del presente, mostrando que el cambio de perspectiva es el primer paso hacia la transformación. Y que quizás, al igual que yo, quienes se adentren en esta obra encuentren en ella un eco de sus propias emociones, transformadas.