Cuando tracé la primera línea de carbón sobre el lienzo, la sensación que me invadió fue una mezcla de soledad y nostalgia. Fue muy importante dejarme sentir las emociones con las cuales comenzaría esta nueva obra.
A lo largo de mi vida, he caminado muchas veces en solitario, pero esa soledad nunca fue un vacío, sino un espacio donde el orgullo y el crecimiento personal se convirtieron en mis más fieles compañeros.
Al enfrentarme a ese lienzo en blanco, tuve la libertad de elegir cualquier elemento para expresarme, para elegir el adecuado mi primera intención fue la de expresar una transformación de mis primeras sensaciones.
La danza, un compás fugaz. Elegí el tango, no solo por sus raíces en mi tierra argentina, sino porque su esencia misma está impregnada de la pasión, la nostalgia y el anhelo. Es un baile que representa tanto lo que se dice como lo que se calla, donde cada movimiento es un testimonio de lo breve e intensa que puede ser la vida.
La pareja en esta escena se conecta en un instante eterno a través de sus miradas. Un intercambio silencioso que habla más de lo que cualquier palabra podría decir.
La mujer, con una firmeza que solo puede nacer de la experiencia, decide entregarse a esa conexión, sujetándose y siendo sujetada en un abrazo que trasciende lo físico. Ella elige compartir esta breve pieza, sabiendo que podría caminar sola, pero optando, en cambio, por desvelar sus piernas en una pose sensual, expuesta ante la mirada de todos, en una escena pública que celebra su empoderamiento.